Milagro No.2: El de la Resurreción.
¿Cuántas veces has deseado regresar a un muerto de la tumba? ¿Cuántas veces has pensado dar lo que fuera por ver sonreír nuevamente el rostro del ausente? Infinidad de veces. Muchas de ellas. Todas concluyen en mero sueño, en la especulación del hubiera, en la alucinación de alguien aferrado a no aceptar la verdad de la muerte, de alguien anegado en el pasado. Con una recriminación termina la fantasía, usualmente.
Sin embargo no siempre es así. Hay muertos que no necesitan pasaporte de vuelta ni moneda para Caronte. Con una llamada o un simple “hola” regresan a la vida. Desde el más allá del olvido retornan a un presente donde se supone no deberían estar. Escapan de la tumba de la indiferencia para posar su sombra sobre el penitente incauto. Su presencia, según el caso, es bien recibida u objetada. Eso depende del resucitado y de la víctima. Aunque en la mayoría de los casos la reacción obedece más a la causa del deceso. ¿Por qué se fue en primer lugar? La respuesta dará pie a una vuelta amable o a un regreso duro.
No debemos olvidar, que sin importar la circunstancia, el milagro tiene precio. El menor es la mutilación emocional, desde la perdida de autoconciencia hasta un constreñimiento de dignidad, pasando por el corte transversal de uno o más sentimientos de amor o gozo. Peor resulta cuando se involucran cúmulos de remordimientos, culpas inamovibles o cargas más pesadas que la piedra de Sísifo.
Aún más demandante es el costo final: El de la sanidad. La razón es cosa fácil de perder, por eso no ha de extrañar que ante la aparición del resucitado, el desequilibrio apunte como resultado. La fuerza gravitacional del exilio, la indolencia o la muerte cobra entrada y salida. No hay boleto barato ni gratuito. Y la locura ataca cuando la cordura duda.
¿Aún tentado en pedir este milagro? No te preocupes. Las ansías terminarán con el tiempo: Cuando estés muerto tú también.
0 comentarios:
Publicar un comentario